Pongámonos en situación: partido de béisbol y el bateador de tu equipo se dispone a golpear. En ese momento, la pelota sobrevuela tu estadio de tal manera que va a parar a tu zona de la grada. Tú, que en una situación normal te lanzarías a por el esférico, tienes en ese momento a tu hijo en brazos.
Y tú, que el amor a tu familia solo se puede comparar con el amor a tu equipo de béisbol, decides tomar la decisión más arriesgada, por aquello del "Quien no arriesgan o gana" que te enseñaron en el colegio. Aunque ello implique arriesgar con tu hijo amarrado a tu brazo izquierdo.
Sin saber cuál es tu brazo bueno o tu brazo malo, lo estiras al cielo de Filadelfia para terminar atrapando la pelota, ante el asombro y el aplauso del público y un bebé en brazos que, ajeno a lo que ocurre a su alrededor, aun no tiene edad para percibir la heroicidad de su padre. O la inconsciencia que acaba de cometer.
Pero esto son los EEUU y hay cámaras enfocándote desde varios ángulos. El estadio entero te aplaude y tú te vas a tu casa con una sonrisa de oreja a oreja, con la pelota del partido de tu equipo en una mano y tu hijo en la otra. Si es que no se te ha olvidado de la emoción.